viernes, 14 de abril de 2017

Ministerio de habilidades

Por Eduardo Abel Gimenez

El Secretario se sienta en la butaca de cuero dorado, tras el escritorio de madera. Frente a él, el aspirante se acomoda en un banco bajo, sin respaldo. El aspirante es muy joven, usa anteojos y esconde las manos en un bollo nervioso entre las piernas.
A espaldas del Secretario hay un ventanal amplio, y al otro lado del ventanal un parque con árboles, fuentes, caminos de ladrillo y edificios de tres pisos salpicados aquí y allá. Todo parece recién construido, recién plantado, limpio, ordenado. Todo huele a poder. Estamos en terrenos del Ministerio de Habilidades, la rama del gobierno que se ocupa de la guerra, pero más del talento que la lleva a cabo.
El Secretario está molesto. Toma un sorbo de café, deja la taza en el plato y levanta un papel del escritorio.
—Por lo que veo aquí —dice, agitando el papel en el aire que lo separa del aspirante—, usted viene sin referencias. ¿Cómo ha logrado llegar hasta mí?
—Señor... —empieza el aspirante.
El Secretario no le permite seguir.
—Miles de personas sueñan con integrarse a nuestro Ministerio —dice. Señala la puerta de la oficina—. Ahora mismo están ahí afuera, esperando que les conceda una entrevista. Y seguramente son mejores que usted.
El aspirante baja la cabeza. El Secretario suelta el papel, que planea unos segundos antes de apoyarse en el escritorio, y extiende la mano hacia el sitio donde hace un momento dejó la taza. El sitio está vacío.
—¿Yo no tenía un café? —dice, como para sí. Pulsa un botón del intercomunicador—. Mónica, tráigame el café.
—Sí, Secretario —responde la voz metálica de Mónica.
El Secretario no ha quitado la vista del aspirante, que parece cada vez más pequeño en un banco cada vez más bajo.
—La guerra es asunto serio, joven. ¡La semana pasada, el enemigo cambió la dirección de nuestras calles! —pega con la palma de la mano en el escritorio—. Y ayer, demostrando a la vez sutileza y crueldad, han desafinado el violín solista en todas las grabaciones de "Las cuatro estaciones" de Vivaldi. ¿Se da cuenta de la gravedad de todo esto?
—Sí, señor —murmura el aspirante.
—Y usted llega sin talento ni referencias a...
El Secretario se interrumpe. Acaba de echar un nuevo vistazo al papel que enarbolaba un momento antes.
—Aunque tal vez se me haya escapado algo —dice. Lee unos momentos—. Bueno, esto tiene otro color —agrega—. Parece que mi amigo el General Brombongurn lo ha recomendado con cierto entusiasmo.
El Secretario se reclina en la butaca de plástico negro y observa al aspirante.
—Póngase confortable, hijo —dice.
El aspirante se acomoda un poco mejor en la silla, saca una mano de entre las piernas y la pone en el apoyabrazos. Parece unos años mayor que hace un rato.
—Antes de que usted se incorpore a nuestras filas, debe comprender la importancia de la decisión. ¡El resultado de la guerra depende de nosotros! Sin las Habilidades de nuestro personal, careceríamos de toda capacidad de respuesta. ¿Me comprende?
—Sí, señor —dice el aspirante.
—Esta vasta institución alberga los habilidosos de mayor talento en todo el planeta. Observe... —El Secretario gira en la butaca trazando un arco con el brazo extendido, como para señalar lo que tiene detrás. Solo encuentra una pared medio descascarada. Baja el brazo y se queda mirando la pared.
—¿Señor? —dice el aspirante en voz baja.
El Secretario intenta volver a enfrentar el escritorio, como si creyera que la silla es giratoria. La silla cruje y no se mueve. El Secretario se levanta, da media vuelta a la silla y vuelve a sentarse. Entonces recuerda que sigue sin café, y lanza un dedo hacia el intercomunicador. El dedo aterriza en el aire.
—Mmm. Creí que... —El Secretario se ve bastante confundido—. ¿Habrá sido en la otra oficina?
Se inclina hacia adelante sobre el escritorio de metal gris. Bajo él, la silla cruje. El Secretario aspira hondo y logra elaborar una sonrisa en honor al aspirante.
La pasión por la tarea puede más que cualquier contratiempo.
—Como le decía, hijo, nuestro personal carga con todo el peso de la guerra. ¡Una guerra sin soldados! Hace tres días obtuvimos un resultado excelente, cuando logramos intercambiar las teclas R y T en todos los teclados del enemigo. ¡Que escriban "toro" ahora! ¡Que escriban "rata"! Y hoy mismo, hace unas horas, sustituimos la programación de sus canales de televisión por concursos de canto. ¡Sólo concursos de canto, en todos los canales, todo el día! —El Secretario lanza una carcajada—. ¿Se lo imagina?
—Sí, señor —dice el aspirante. Acompaña la carcajada del Secretario con una sonrisa apenas visible.
El Secretario se echa hacia atrás. A último momento se da cuenta de que el banco de plástico que lo sostiene no tiene respaldo, y apenas consigue mantener el equilibrio. Es tremendo, piensa, lo que ocurre por falta de presupuesto.
—Así que esta es una guerra de habilidades —dice—. O de Habilidades —y dibuja la mayúscula en el aire con los dedos—, la materia de nuestro Ministerio. Las Habilidades para manipular la realidad, el don de las personas más brillantes, más creativas, más necesarias que jamás hayan vivido. —El Secretario ha ido subiendo la voz, mientras extendía los brazos hacia los lados. Tiene las mejillas rojas por el entusiasmo—. ¿Se da cuenta? —pregunta mientras apoya las manos en el escritorio, codos hacia arriba
—Sí, señor.
El Secretario muestra su satisfacción resoplando.
—Muy bien, amigo mío. Ahora veamos qué podemos hacer por usted.
Por tercera vez, el Secretario levanta el papel del escritorio, para encontrar otro párrafo que no ha visto antes.
—¡Caramba! —dice, y parece tentado de ponerse de pie—. ¡Lo ha enviado el propio Ministro! Esto es... Es... —Lee el párrafo en detalle y hace un gesto de sorpresa—. Debimos empezar por aquí, señor. Ahora mismo le entrego lo que ha pedido el Ministro.
El Secretario abre el único cajón de su pequeño escritorio de plástico y saca una carpeta en cuya cubierta se ve la palabra "Secreto".
—Aquí está, caballero —dice, mientras entrega la carpeta al aspirante—. La lista de nuestros principales habilidosos, sus especialidades y la información para ponerse en contacto con ellos. —El Secretario está orgulloso—. ¡Todo perfectamente al día! Espero sinceramente que le resulte útil.
—Yo también, Secretario —dice el aspirante mientras se pone de pie—. Adiós.
El aspirante camina hacia la puerta. La abre.
—Perdón, señor —dice el Secretario—. No he entendido su nombre. ¿Usted es...?
El aspirante se da vuelta para mirarlo.

—El enemigo.Mini